Hace
años vino a mi pueblo un circo húngaro. Se instaló donde se instalan los circos
en mi pueblo y el viernes por la mañana un carro de sonido anduvo repartiendo
boletos y anunciando funciones para las 7 y nueve treinta de la noche. El auto
iba al frente de un desfilucho de apenas tres vehículos, cada uno arrastrando una
tarima con jaulas: un león que olía a caca, dos ponys de crines apelmazadas y con
changos enchinchados que se iban espulgando y se comían los piojos; en el último
iban los payasos haciendo payasadas y una niña flaca con cara de película de
terror haciendo acrobacias increíbles para el pedacito de tarima que le dejaban
los payasos. Desde la banqueta de la casa se le notaban unas ojeras negras que
caían como bolsas de ceniza sobre la nariz ganchuda y larga y hacían mas
oscuros sus ojos negros. Su mirada indiferente pesaba sobre el ruido que la seguía
y la dibujaba triste: su atuendo y el movimiento sin peso en aquella estrechez la
devolvía lúgubre, pictórica. Un payaso me ofreció y me quito y me volvió a
ofrecer dos boletos para que la gente alrededor se birlara, el cabrón. En fin,
alcancé dos boletos y en la noche fui. Ella no quiso ir, lo cual fue bueno
porque la función de las siete se suspendió y la de la noche se abarrotó pero
como se tardó en empezar mucha gente ya no se esperó y se empezó a ir. La que se
quedó comenzó a chiflar y gritaba majaderías como es sabido que debe hacerse en
estos casos. Yo me distraía con la lona que simulaba un cielo ceñido de focos y
el entablado un coliseo para payasos. Los niños corrían por detrás y de vez en
cuando se paraban a verle los calzones a alguna mal sentada. Se me antojaba
estar ahí, viendo como ellos las piernas de las mujeres bonitas y de las feas que
tuvieran piernas bonitas, o saboreando la frutal redondez de un trasero bien
hecho. Pero delante de mí alguna blusa floja ondeaba con la carne encendida de unos
pechos reventando algún brasier. Se escuchó Tercera
llamada, tercera…, seguida de efectos sonoros y una griteta del respetable
que casi me avergonzó, pero al final también aullé como es sabido que debe hacerse
en estos casos. Tras la presentación del magnífico, el mundialmente famoso circo
gitano de los hermanos Ruvinoff comenzó el programa. Salieron payasos, la
bailarina ejecutó un acto de acrobacia con aros, tan bueno, que la gente se
emocionó. Su cuerpo parecía ese plástico liso que se dobla sin romper y al
hacerlo sus curvas regulares de mujer cambiaban de lugar y aparecían nuevas
protuberancias, como si inventara sus huesos. De verdad era magnífica. Luego un
intervalo para comprar palomitas, dulces y refrescos. Volvió el chou con sus payasos,
luego un león que se movía mecánico, adornado de un amansador vestido de levita
que restallaba fanfarrón su látigo haciendo brincar las bancas y humillaba al rey
de la selva para que saltara obstáculos. Luego volvieron los changos a rodar
pelotas y bajarle los pantalones a un payaso y enseguida se anunció el acto
central del Gran Odradek. Se apagaron las luces y se encendió solo una que daba
a la boca de lona por donde entraban y salían los artistas. Salió un hombre
delgado, bajito, de pelo regular y cara cuadrada de ojos hundidos, bolsudos.
Parecía hermano de la gimnasta. Comenzó a contornearse y poco a poco se fue
convirtiendo en una bola de carne y huesos que comenzó a convulsionar, ponerse
negro y caer al suelo, donde sus codos y rodillas formaron una especie de
estrella que cubría con su pelo, una cola larga que mientras se tambaleaba se agrandó
como una gran araña. Se veía espantoso. La gente comenzó a ponerse loca y al
intentar bajarse de las gradas se caía y la histeria de los aplastados contagiaba
los demás y una danza del diablo bailaba alrededor del Gran Odradek. La masa comenzó
a destruir el circo, a tirar los palos, a patearlo, luego fueron piedras, y una
mano bajó una llama del gran acto principal y prendió la paja alrededor y los demás
echaron pedazos de madera y plásticos, hasta que aquella bola de carne se fue
achicharrando hasta quedar hecho un venerable muerto, como es sabido que debe
hacerse en estos casos.
Morelia,
2012-13.
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