miércoles, 23 de enero de 2013

El escarabajo del señor Ka

El señor Ka apareció esa mañana con su escarabajo. ¿Para qué llamarlo de otra manera? ¿De qué otra manera llamarlo? Lo mostraba a la gente y lo ocultaba de  ella con un criterio desconocido que mutaba de contenidos, argumentos e hipótesis  en un entramado lógico sólo por él descifrado. Uno, seducido por su mirada ubicua, su estatura frágil, su presencia exigua al andar en la tierra y un no sé qué de etéreo que su cuerpo espectral por las tardes en que salía a esperar ver el sol ponerse llameaba, uno de extrañas maneras lo quería. Yo estaba en el primer grupo, yo y el señor T, que le obsequiaba dulces cuando iba su tienda, doña C que ponía hogazas de pan en sus manos para darle a que comiera lentamente, con diminutos mordisquillos perceptibles cuando el silencio llenaba la avenida, su bicho, y también la viuda Ricoeur, que le daba trocitos de chocolates que ella misma confeccionaba según una vieja tradición belga que heredó por receta de su abuela Vitorya Hoolstaad. ¿Le gusta mi escarabajo, señor B? Es muy lindo señor Ka, ¿dónde lo compró?, quisiera uno para mí mismo. No los venden, señor B, estos escarabajos son siempre silvestres y eligen ellos mismos a un acompañante. Si tienes la suerte de un día visitar la finca Arenas del Agua, busca la copa del árbol donde canta por las tardes la primavera y espere, espere y espere, hasta que uno de ellos llegue a usted y si después de aplaudir tres veces sigue ahí, eso quiere decir que lo ha elegido para ser su guardián y compañía. Vaya, respondía entonces yo, ¿es así que lo has conseguido tú? Y se alejaba el señor Ka, con su andar retorcido que me hacía parecer que era la calle toda quien se iba y no él, que la avenida patinaba su concreto hasta entonces firme y duro y volvíase otra vez licuado sin perder la forma arquitectónica y civil de los edificios y las aceras que con ella se precipitaban en un vértigo imposible tras la silueta horizontal del señor Ka, cuando volvía de su paseo de siempre para ir a ver el ocaso con él, su guardia y compañía. Porque, ¿qué otra cosa era –si no- si un escarabajo no? ¿Para qué llamarlo de otra manera? ¿De qué otra manera llamarlo?
fva, diciembre de 2011

martes, 15 de enero de 2013

El Odradek

  Hace años vino a mi pueblo un circo húngaro. Se instaló donde se instalan los circos en mi pueblo y el viernes por la mañana un carro de sonido anduvo repartiendo boletos y anunciando funciones para las 7 y nueve treinta de la noche. El auto iba al frente de un desfilucho de apenas tres vehículos, cada uno arrastrando una tarima con jaulas: un león que olía a caca, dos ponys de crines apelmazadas y con changos enchinchados que se iban espulgando y se comían los piojos; en el último iban los payasos haciendo payasadas y una niña flaca con cara de película de terror haciendo acrobacias increíbles para el pedacito de tarima que le dejaban los payasos. Desde la banqueta de la casa se le notaban unas ojeras negras que caían como bolsas de ceniza sobre la nariz ganchuda y larga y hacían mas oscuros sus ojos negros. Su mirada indiferente pesaba sobre el ruido que la seguía y la dibujaba triste: su atuendo y el movimiento sin peso en aquella estrechez la devolvía lúgubre, pictórica. Un payaso me ofreció y me quito y me volvió a ofrecer dos boletos para que la gente alrededor se birlara, el cabrón. En fin, alcancé dos boletos y en la noche fui. Ella no quiso ir, lo cual fue bueno porque la función de las siete se suspendió y la de la noche se abarrotó pero como se tardó en empezar mucha gente ya no se esperó y se empezó a ir. La que se quedó comenzó a chiflar y gritaba majaderías como es sabido que debe hacerse en estos casos. Yo me distraía con la lona que simulaba un cielo ceñido de focos y el entablado un coliseo para payasos. Los niños corrían por detrás y de vez en cuando se paraban a verle los calzones a alguna mal sentada. Se me antojaba estar ahí, viendo como ellos las piernas de las mujeres bonitas y de las feas que tuvieran piernas bonitas, o saboreando la frutal redondez de un trasero bien hecho. Pero delante de mí alguna blusa floja ondeaba con la carne encendida de unos pechos reventando algún brasier. Se escuchó Tercera llamada, tercera…, seguida de efectos sonoros y una griteta del respetable que casi me avergonzó, pero al final también aullé como es sabido que debe hacerse en estos casos. Tras la presentación del magnífico, el mundialmente famoso circo gitano de los hermanos Ruvinoff comenzó el programa. Salieron payasos, la bailarina ejecutó un acto de acrobacia con aros, tan bueno, que la gente se emocionó. Su cuerpo parecía ese plástico liso que se dobla sin romper y al hacerlo sus curvas regulares de mujer cambiaban de lugar y aparecían nuevas protuberancias, como si inventara sus huesos. De verdad era magnífica. Luego un intervalo para comprar palomitas, dulces y refrescos. Volvió el chou con sus payasos, luego un león que se movía mecánico, adornado de un amansador vestido de levita que restallaba fanfarrón su látigo haciendo brincar las bancas y humillaba al rey de la selva para que saltara obstáculos. Luego volvieron los changos a rodar pelotas y bajarle los pantalones a un payaso y enseguida se anunció el acto central del Gran Odradek. Se apagaron las luces y se encendió solo una que daba a la boca de lona por donde entraban y salían los artistas. Salió un hombre delgado, bajito, de pelo regular y cara cuadrada de ojos hundidos, bolsudos. Parecía hermano de la gimnasta. Comenzó a contornearse y poco a poco se fue convirtiendo en una bola de carne y huesos que comenzó a convulsionar, ponerse negro y caer al suelo, donde sus codos y rodillas formaron una especie de estrella que cubría con su pelo, una cola larga que mientras se tambaleaba se agrandó como una gran araña. Se veía espantoso. La gente comenzó a ponerse loca y al intentar bajarse de las gradas se caía y la histeria de los aplastados contagiaba los demás y una danza del diablo bailaba alrededor del Gran Odradek. La masa comenzó a destruir el circo, a tirar los palos, a patearlo, luego fueron piedras, y una mano bajó una llama del gran acto principal y prendió la paja alrededor y los demás echaron pedazos de madera y plásticos, hasta que aquella bola de carne se fue achicharrando hasta quedar hecho un venerable muerto, como es sabido que debe hacerse en estos casos.

Morelia, 2012-13.

lunes, 7 de enero de 2013

Kafka

Kafka camina sin peso por la orilla de su nombre
el aleteo de su huella se derrama
blanco en la blanca hoja de ojos ciegos.
El es el tiempo que cruza por su cuerpo
y lo destruye. Arena derramada que reúne
para volver a ser el río sin cauce,
la sola piedra y canto que se labra en la noche
mientras gotea nerviosa la próxima morada
como alacrán que pende sobre un niño.
Kafka disuelve trazos y colores como un grito
para que el sol detenga su caída.
¡Cómo se incendia el mar de peces claros!
¡Cómo teje de nudos el silencio¡
¿Quién ha lanzado ya la piedra que sepulta
en la mano de sal que ayer blandía su pan inmerecido?
El adorno en tu frente cruje y resplandece
¿o es el élitro enorme de tu vientre
que estalla bajo el peso de tu terrible sombra?
Cuando pienso en morir sueño contigo.